LA FOTOGRAFÍA DE MODA Y LA PUESTA EN ESCENA A TRAVÉS DE LA OBRA DE DEBORAH TURBEVILLE

 Autora del texto original: BEATRIZ GUERRERO GONZÁLEZ. 2015


Así como la fotografía en general ha tenido o presenciado varios cambios a lo largo de su historia, desde la evolución de los equipos, hasta el desarrollo de distintos enfoques y formas de realizar y capturar imágenes, lo ha tenido también la moda, desde los materiales usados para crear las prendas, así como sus formas y hasta los colores.

 

Al ser ambas materias muy relacionadas al ser humano, y ser temas altamente novedosos, irreparablemente terminarían encontrándose, y tratándose a la par. Por lo que, así como parte de la historia de la fotografía está ligado a la moda, la moda, toma también mucho del ambiente visual y audiovisual, nutrido por la fotografía. Esto significa, que la imagen y la moda como tal, no han cambiado y evolucionado únicamente por separado, sino que también lo han hecho juntas, y uno de los grandes cambios novedosos que tuvieron juntas, se dio durante las décadas de los años sesenta y setenta.

 

Hasta antes de los años n cuestión, la fotografía de moda se había estado manejando principalmente con cierta rigidez en cuanto a la estética y la elegancia, siendo parte de los parámetros más fuertes; sin embargo con el “boom” de la cultura hippie, su moda, y afines, en la sociedad, surge en la fotografía de moda y la moda, también, un espacio a una mayor experimentación visual, así como una exploración de lo erótico y perceptivo, a través de la imagen. Como parte de los fotógrafos, considerados precursores por muchos, se pueden mencionar a Guy Bourdin y Helmut Newton.



No obstante otra gran fotógrafa y creadora, en quien se centra el texto al que corresponde el título de este artículo, es  Deborah Turbeville, nacida en Estados Unidos, 1938, falleciendo en el 2013. A los 20 años, interesada en el teatro, se muda a Nueva York, donde terminaría, primero trabajando de modelo, para después desempeñarse como ayudante de la diseñadora Claire McCardell. Entre el 63 y 66 fue editora de moda en Harper´s Bazar y Mademoiselle.

 

Durante este periodo, una de las grandes influencias que tuvo, fue el reconocido Richard Avedon, y el editor de moda, en aquella época, de Harper´s Bazar, Marvin Israel. Con un estilo sobresaliente debido a su uso y control del desenfoque en la toma, y un particular uso del color, entra a trabajar en 1975 en la revista Vogue. Ahí se da una de las producciones que la lanza al estrellato. La imagen consiste en 5 modelos, con actitudes que también rompían con los preceptos marcados hasta el momento, con actitudes que detonan fuerza y algo de rigidez, distribuidas en un baño público, que sirve como escenario, aportando cierto tono lúgubre e inusual a la escena.

 

A lo largo de su fructífera carrera llegó no sólo a trabajar para la Vogue París, o su similar en Italia, sino también a colaborar con marcas y casas de diseño, hasta ahora sumamente reconocidas como Chanel, Oscar de la Renta, Valentino, entre muchos otros; sino que también publicó varios libros elaborados por ella misma, los cuales se caracterizaban, entre otras cosas, por presentar imágenes intervenidas y modificadas de forma manual o análoga, a la par que acompaña y lo combina con textos y pensamientos personales de la autora.



El primo libro que publicaría la fotógrafa, fue Walflwer, en 1978. Le seguiría, en 1994, Newport Remembered; en este libro, se nos presenta la visión personal de Turbeville sobre las casa de verano y descanso, de la alta burguesía de la época, en Estados Unidos. Similar enfoque de centrarse, hablar, y plasmar su visión sobre un espacio en concreto, a través de la arquitectura, y las diversas actividades que allí re realizaban, fue el titulado Studio St. Petesburg, ya que, estos detalles, así como su historia, hacían que la fotógrafa, lo percibiera como un escenario gigantesco, montado, justamente para ser plasmado y usado.

 

 Una perspectiva similar es la que poseía su libro Casa No Name, publicado en 2009, sobre un antiguo hogar en el que vivió, sin embargo, un hecho bastante distintivo, es que, este libro sería el que dio paso al último libro, Deborah Turbeville: the fashion pictures. Este documento vio la luz en 2011, y se centra en crear un recorrido cronológico de toda la obra fotográfica de la autora, realizada en el campo de la moda.

 

 Uno de los recursos que más distinguen su obra, es el manejo del desenfoque en sus tomas, así como la presencia del grano de película. De igual forma, otra característica marcada en sus obras, es la puesta en escena y la actitud de las personas que aparezcan en ellas; se presentan de tal forma, que da la impresión de ser un fragmento de una historia inconclusa, sin inicio. Sumado a esto, el color primordialmente des saturado, o de tonos sumamente suave, o en su defecto el b / n, potencia la esencia onírica de sus tomas, que se sitúan, generalmente en escenarios o espacios, ciertamente lúgubres y particulares.



Es tal la importancia que da al escenario y el entorno, y la decadencia que evoca al pasado, que más se registra en sus fotografías, que la mayoría de sus tomas, manejan planos generales, permitiendo y dándole un fuerte lenguaje corporal a sus protagonistas, además de que permite al espectador, percibir en la mayor totalidad posible el paisaje, en el que estas personas interactúan, y dejan su huella.

 

Como queda en evidencia, Deborah Turbeville no fue, únicamente parte de los fotógrafos de moda, que rompieron con la idílica e idónea elegancia y belleza que se manejaba hasta ese momento, dotando de un gran valor artístico a este tipo de fotografía, sino que también llegó a destacar por una técnica, más que refinada, definida y lo suficientemente distintiva, como para distinguirse de otros fotógrafos, de su misma generación, a pesar de comparaciones e igualaciones, que se le han atentado aplicar a lo largo de la historia por parte de varios autores.

 

Una de estas características, consiste, de hecho, en el acting de sus modelos, principal y mayoritariamente mujeres, el cual siempre manejó para trasmitir y representar firmeza, dureza casi impersonal, que no siempre interactuaba con el público, sino que se manejaban como si se tratara de un reflejo del mundo onírico y decadente que construía la autora para sus fotos.


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